En un lugar de los Andes peruanos, entre la blanca ciudad de Arequipa y la nobleza del Cusco, nadie sabe cómo y casi por arte de magia, apareció D. Quijote a lomos de su noble "Rocinante", le seguía su fiel Sancho, que montaba su resignado asno.
>D. Quijote_ Amigo Sancho: quiera Dios que sea por obra divina, que estemos los dos entre estas montañas colosales, sorteando ríos por puentes que se mantienen en pie por la fuerza de los espiritus celestiales, pues sus piedras ya cansadas no soportarían ni el leve peso de mi triste figura, buscando desventurados que socorrer en estos reinos que se llaman del Perú. Quieran los santos, que no se trate de otro de los encantamientos del malvado Merlin, fruto de sus bajos sentimientos de venganza y llevado sin duda por la envidia de mis gloriosas azañas al otro lado de los mares, que han sido cantadas y contadas tanto por los valerosos caballeros con los que me enfrenté y probaron la fría medicina de la derrota, como por los humildes labriegos de La Mancha, que las oyeron contar por los caminos y posadas del Reino de las Españas, e incluso de media Europa.
>Sancho- Mi señor: por una vez, paréceme que tiene vuestra merced razón y hallarnos en estos lugares extraños, poblados de gentes pequeñas como duendes, donde las ovejas tienen el pezcuezo tan largo como las caballerías, y los pájaros son tan grandes, que con uno sólo de sus huevos, se podrían hacer varias tortillas y dar de almorzar a una cuadrilla entera de vendimiadores, no puede ser, sino fruto de un encantamiento, o que el vino que anoche bebimos en la mala posada nos sentó mal, o que de tantas leguas cabalgadas, nos estemos alejando de este mundo y entrando en otro desconocido hasta hoy por los mortales.